Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Análisis corporal

Inició como un juego, pero en realidad se trata de una ciencia. Hace varios años, cuando aún no éramos "adultos responsables", una amiga y yo nos entreteníamos jugando al Análisis Corporal. Se trata de sentarse en un lugar en donde exista un gran tránsito de personas – yo recomiendo los escalones a la entrada del Palacio de Bellas Artes. Es necesario encender un cigarro, para estimular la creatividad, posteriormente, los competidores deben observar escrupulosamente a las personas que pasan, con el objetivo de deducir quiénes son y cuál es su vida, siguiendo las pistas que emanan de su corporalidad.

El juego llega a ser muy divertido porque es contra reloj, es decir, los contendientes cuentan con los dos o tres minutos que tarda el transeúnte en atravesar la explanada, para intentar desnudar su alma. Ganará quien ofrezca la versión más creíble.

Con la práctica, se va adquiriendo una forma de mirar detectivesca. Cualquier señal se convierte en un indicio que permitirá leer el mensaje que oculta el cuerpo. Por ejemplo, las jóvenes sin aretes no tienen novio. Algunas mujeres que usan medias no cursaron una carrera universitaria. Los oficinistas caminan con prisa cuando tienen problemas económicos. Los que mantienen una postura encorvada se sienten feos.

Desde luego, hay excepciones, justo se trata de dejar atrás los estereotipos y aprender a detectar los motores de la apariencia física.

El juego no termina ahí. Cada competidor debe contar la historia que, supone, acaba de presenciar. Por ejemplo, un hombre cuarentón, desaliñado, panzón, que arrastra los pies al caminar y lleva en la mano una bolsa de papel, evidentemente está triste, pero un jugador experimentado conocerá un poco el motivo de su mal ánimo, al detectar que no lleva anillo de casado y que compró solamente una pieza de pan. El hecho de que la ropa no haya sido planchada, y que parezca estar sucia, indica que no es oficinista, por lo que puede tener un empleo que le arruga la camisa o, quizá, no tenga empleo, lo que explicaría la falta de mujer. Como dije, ganará el jugador que cuente la historia más verosímil, la que menos pueda refutarse.

Este juego es la versión a la inversa del proceso que siguen los actores al interpretar un papel. Ellos tienen que descubrir la forma de vestir, hablar y moverse del personaje al que darán vida, partiendo de lo que éste dice en cada uno de sus parlamentos. En cambio, para nosotros, la forma debe llevar al contenido.

Luego de varios años de intensa práctica es posible “entrenar el ojo”, con lo que se conocerán las grandes verdades de las personas, mirándolas un poco. Esto no es el hilo negro, hay estudios sobre Comunicación No Verbal que describen el proceso de manera detallada, e indican que la mente humana realiza análisis similares de manera inconsciente. Lo divertido es hacerlo a propósito.
Como es de suponerse, ya no tengo tiempo para frecuentar a mi amiga ni para sentarme a espiar transeúntes, pero procuro vestir de rojo y usar blusas escotadas, para complicar el juego a quienes ahora me observan.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Mi vida con la marejada.

Es cierto que a todos los seres humanos nos está dado amar alguna vez, incluso a mí. Mis padres me engendraron en el momento más álgido de una tormenta marina. Un huracán amenazó con partir en dos el yate en el que viajaban. El mar embravecido diluyó el rencor que los mantenía juntos y, en un trance de terror, se amaron como nunca antes, compartiendo la furia del mar. Después de eso, no volvieron a verse, pero se añoraron siempre. Yo nací siete meses después, con problemas de salud.

Pasé la infancia entre hospitales y doctores. El problema era que no paraba de llorar. Parecía que mi cuerpo estuviera lleno de agua salada que necesitaban ser drenada. Lloraba de gusto, de tristeza, de hambre, de sueño, de ganas de mear, de hastío, y de cansancio en los párpados.

Conforme fui creciendo, logré reducir el lloriqueo. Casi se podría decir que llevaba una vida normal, sólo que, de repente, de la nada, sufría ataques de llanto en los momentos menos oportunos.

Algunas veces, lloraba inconsolablemente en la fila del banco, lo que me obligaba a dejar el establecimiento y atrasarme con los pagos; otras, lloraba al prender una computadora o contestar el teléfono, por lo que debía organizarme para hacer mi trabajo con antelación, previendo que la redacción de un documento o la confirmación telefónica de un fax, me podrían tomar varios días.

La atención que me ocupaba la mencionada situación, ocasionó, debo reconocerlo, que descuidara aspectos fundamentales de la existencia como lo es la actividad sentimental. Me ocupaba más de mantener mi ropa seca y disimular el problema lo mejor posible. Poca gente lo sabía.

Pero, como dije al principio, incluso yo fui alcanzada por la fiebre del amor. Como es de suponerse, mi condición me obligó a mantenerme en terapia psicológica constante. Buscando variedad, cambiaba de psicólogo cada dos o tres meses. Me aburría con facilidad. Fue así como llegué al consultorio en la Colonia Juárez, que yo convertí en un discreto hotel de paso.

No fueron tres meses, en esa ocasión, acudí a la cita puntualmente durante varios años. Desde luego, el psicólogo no me cobraba la terapia, al contrario, en distintas ocasiones aseguró, con una sonrisa en la boca, que yo debía poner precio a mis depresiones. Aprendí a llorar de placer.

Lo que sigue en mi relato es un asesinato. No me di cuenta cuándo empecé a llorar, mientras cogíamos sobre la alfombra. Lloraba con gozo, con ternura, como seguramente lloraría un exiliado que finalmente vuelve a casa. Lloré hasta inundar la habitación y el hombre murió ahogado. Luego, lloré de tristeza.

He matado muchas veces antes, siempre ahogo a las personas con mi llanto. En mi ciudad la gente mata todo el tiempo, de diferentes maneras. Se mata y luego se olvida, es normal. Lo curioso es que esta vez no lo he olvidado.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Un mal sueño

Todo empezó con una pesadilla. Estaba en el pueblo de mi mamá y había un fantasma en la casa. En el sueño, trataba de vencerlo, se había llevado algo como un trofeo o una medalla. Prendí velas y cerré infinitas puertas de madera, ayudada por mi hermana. Esperábamos que acudiera a defendernos un tío que murió cuando era niño. Finalmente llegó, adulto, pero le dio miedo y terminé consolándolo, prometiéndole que el fantasma no volvería. Desperté con los brazos cruzados sobre la cara.

Se acabaron los tiempos en que los entes etéreos se conformaban con espantar en las casas, cubiertos con una sábana. Ahora, los fantasmas comen, caminan, se enamoran y, en correspondencia, esperan nuestro cariño.

Conozco gente que se ha casado con fantasmas, otros, los tienen como jefes, como mejores amigos, y hasta he visto hijos de parejas de incorpóreos. Ser el retoño de un par de fantasmas no es motivo de envidia, nacen sin el privilegio de tener una pena, sólo están tristes.

Hay una prueba infalible para saber de qué lado de la realidad te encuentras: si no te dan miedo los fantasmas, eres uno de ellos.