Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

domingo, 24 de enero de 2010

El misterio de la noche con la muerta

Se publicó en todos los periódicos: "El doctor González mató a su esposa el lunes por la noche y esperó hasta la mañana del martes para entregarse a la policía".

El morbo estremeció a la ciudad. Los noticieros daban la crónica de una presunta noche de pasión necrófila, que había tenido lugar en el departamento nueve del edificio seis, sobre la calle ocho.

Nada de eso. Decepcionando, incluso, a la comunidad internacional, que ya había difundido la noticia, el forense desmintió el móvil degenerado y aclaró que la causa de la muerte fue un coraje. Al día siguiente, el mundo olvidó a la señora Lucía y el médico fue liberado de la cárcel.

Durante los treinta años que vivieron juntos, la pareja González peleó todos los días. Ella se quejaba de la prepotencia e intolerancia de su compañero, por lo que se declaraba víctima de violencia psicológica. Él le reprochaba lo mismo.

Dedicaron su vida a demostrar la culpabilidad del otro. El médico documentó todas las frases despectivas que escuchó por parte de su esposa, mientras la señora Lucía contaba las veces que su marido estuvo a punto de golpearla, aunque reconocía que nunca lo hizo. Desde luego, lo rico era la reconciliación.

La noche del crimen, el doctor había ganado una de las grandes batallas que unían a la pareja: demostró la insensibilidad de la esposa hacia las enfermedades de su suegra. La señora Lucía murió de ira, al sentirse descubierta y evidenciada de manera irrefutable.

Nadie sabe lo que ocurrió durante la noche que pasó el doctor con el cadáver, sin embargo, se especula que antes de morir, con el último aliento, la mujer amada le lanzó al doctor una maldición que lo perturbó.

La historia volvió a circular en algunos pasquines cuando un reportero decidió entrevistar al anciano loco: el doctor se había dejado crecer el cabello, usaba vestido y afirmaba llamarse Lucía.

sábado, 9 de enero de 2010

Me cae que tengo buenos propósitos para el Año Nuevo.

Los años, a diferencia de los niños, no llegan con una torta bajo el brazo. Cualquier persona que le haya ganado una batalla a la vida, aunque sólo lo haya hecho sosteniendo entre las manos las páginas de un buen libro, sabrá que los buenos deseos sirven para muchas cosas, otras, que no vienen al caso, pero que, cuando se trata de Años Nuevos, es necesario trazar un plan, armar una estrategia que permita arrancarles las riquezas que esconden.

La tarea requiere de inteligencia, histrionismo y coraje. Primero, hay que hablarles dulce al oído, hacerlos sentir importantes: levantarse temprano a correr en el parque, bajar un par de kilos y hacer las pases con los amigos que se perdieron en la estación del orgullo. El objetivo es que el año se confíe, que piense que te lo estás tomando en serio, que “éste es tu año”.

Algunos años son fanfarrones, les gusta sentirse únicos, insuperables. Quieren no ser olvidados, que se les recuerde aunque sea por algo malo que hicieron: “el año de la guerra”, “el año de la crisis”, “el año del futbol”.

Cuando el año se siente seguro, poco a poco comienza a soltar las frutas que esconde bajo la toga. Sí, usa toga. En ese momento, es preciso imponerse, disciplinarlo, exigirle que entregue todo el botín. Para ello, es necesario hacerle saber que existen cosas más importantes que él. Contarle que hay objetivos, necesidades y afectos que podrían pasar por encima de un millar de “los de su clase”, sin sacar una mácula. Es más, explicarle que se conocen pasiones que ni siquiera saben lo que significa la palabra “año”, pues viven muy lejos de sus cambios de humor.

Los años saben reconocer la autoridad y entregan sus riquezas sin chistar, incluso agradecen la oportunidad de colaborar con sus superiores. El único consejo es no bajar la guardia. Ha pasado que, por ahí de septiembre u octubre, cuando sientes que ya estás del otro lado, el año contraataca con un golpe en la cara, justo en el momento en que te estabas tirando tu mejor carcajada. No lo hacen por maldad, es sólo la revancha.

El año 2010, se habrán dado cuenta, ya dejó ver que es mañosón. El plan está orquestado, la artillería sobre la mesa, pero ¿quién puede levantarse a hacer ejercicio con este pinche frío?