Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

lunes, 1 de febrero de 2010

Simple vagancia

(Este cuento ha querido salir del clóset desde hace mucho tiempo. Les dejo su versión más reciente)

Intentó abandonar la cama, pero la derribó un súbito mareo. Pensó que podía tratarse de una gripa o un desajuste en la presión. Ignoraba que el encuentro con el destino imita los síntomas de padecimientos pasajeros.

Logró levantarse y tomó un baño. El jabón resbalaba por su cuerpo de manera inusual, la piel se encontraba extrañamente suave. Al poco rato, realizó el hallazgo que marcaría ese y todos los días de su vida: su imagen no se reflejaba en el espejo.

Nuevamente se presentó el mareo. Desnuda, mojada, y con la mirada oscilante, buscó su imagen en todas las superficies brillantes que ofrecía la casa. Era inútil, no estaba.

Ésta es la historia de una mujer que intenta mirarse al espejo y no lo logra.

El tiempo seguía corriendo y debía llegar a la oficina. Ya en la calle, después de varios intentos por encontrarse en todas las ventanas y aparadores que cruzaron su camino, se convenció de que estaba inmersa en una pesadilla.

Entonces se relajó. En los sueños no avanza el reloj, por eso no había prisa. Caminó con parsimonia hasta llegar al edificio en Paseo de la Reforma. El policía de la entrada musitó un piropo al verla pasar. Ella fingió no escucharlo, pero sintió las mejillas enrojecidas. De manera automática, buscó su reflejo en el espejo del elevador. Otra vez, nada.

Convencida nuevamente de que se encontraba dormida, decidió entrar a la oficina de su jefe. Se trababa de un joven funcionario, güerito, corrupto y prepotente como cualquier otro de la vieja escuela.

Una vez frente a él, le confesó que su actitud de pequeño rey le provocaba lástima, por lo que vivía temiendo dejarse llevar por la compasión y, un buen día, verse forzada a aplicarle la eutanasia en un escusado del sexto piso, para liberarlo, de una buena vez, de su innoble destino.

Él jefe, desde luego, la despidió.

Nuevamente en la calle, se sintió liberada. Hacía calor y, como nada se lo impedía, se quitó la blusa. Recibió un chiflido febril del policía y claxonazos aprobatorios por parte de los automovilistas, que parecían nunca haber visto un brassiere rojo.

Caminó un par de cuadras y respiró profundamente, entonces notó que un hombre guapo, con ojos muy grandes, la seguía sobre la acera. Cuando estuvo suficientemente cerca, la tomó el brazo y la besó. Ella creyó haberse encontrado con un hombre libre de prejuicios y complejos: un animal de la mitología urbana, al que, tal vez, habían despedió también.

Presos de pasión y deseo, hicieron el amor en una jardinera. Descubrieron que el olor de sus sexos, combinado, creaba una fragancia tan penetrante como escandalosa.

Durante la charla postcoital, él le preguntó sobre su pasado, su vida y sus anteriores amantes. Ella guardó silencio y, coqueta, lo besó. Evidentemente, su raciocinio enamorado le impidió concebir la existencia de cualquier tiempo pretérito.

Dos horas más tarde, el galán la abandonó por open mind.

El romance express le ocasionó una severa nostalgia express, y le dio hambre, pero decidió esperar un par de horas antes de comer, a manera de duelo.

Luego, ocurrió algo extraño: tuvo ganas de orinar y encontró un Sanborns de inmediato. Comenzó a sentir miedo. En los sueños no es posible localizar un baño. Se trata de una verdad indiscutible. Las personas que necesitan acudir a los servicios dentro del sueño, en realidad están manifestando una angustia que no pueden expresar durante el día. Todo el mundo lo sabe. La prueba era irrefutable, estaba despierta.

El terror se apoderó de ella. Dentro de su confusión, trató de explicarse cómo perdió la razón sin darse cuenta, sin señales previas. Las personas no pierden su reflejo, los vampiros no existen y los espejos no se descomponen. Estaba loca.

Lo más lamentable de la situación no era pensar que tendría que vivir en un hospital psiquiátrico, sino convivir con el mal olor que los caracteriza. Desde niña, los olores fétidos le eran insoportables. Se sintió desesperada.

Como última medida, acudió al psiquiatra en busca de algún medicamento que le regresara la razón. Sabía que podría evitar el encierro si lograba no dejar de bañarse, lavarse los dientes y trabajar normalmente. La solución era vivir dopada.

Fiel a la tradición de su gremio, el médico del cerebro no pudo ayudarla. Sin embargo, ofreció darle pastillas para la ansiedad y un justificante de salud, esperando que su jefe pudiera perdonarla y le devolviera el empleo. El diagnóstico: demencia por insomnio prolongado.

El reflejo no volvió, pero a ella le encantaron las lunetas azules de venta controlada. Como era lógico, decidió elevar la dosis para mejorar el efecto.

Pasó por una iglesia e intentó rezar: “¿Padre qué?, ¿que estás en dónde?”.

Dios no pudo aliviarla, pero la tranquilizó. Resignada, regresó a su casa.

Una gitana que encontró en las escaleras del metro le dijo, oportuna, que su destino era buscar el reflejo hasta encontrarlo.

Aceptó el sencillo vaticinio de la gitana porque consideró más conveniente explicar la vida como un cuento de hadas, en lugar de una pesadilla.

Siendo congruente, cerró tras de sí la puerta de su hogar, borró los teléfonos del celular y decidió nunca más tener contacto con sus amigos.

Se pinchó el dedo con la aguja de una rueca, beso tres sapos, enamoró a una bestia y se comió la pared de su casa ─ que era de galleta. Al terminar, intentó nuevamente mirarse al espejo: sólo logró ver la pared del baño.

No debía ser tan malo, pensó. Todo se resolvería si cortaba demasiado su cabello, para no causar sospecha con un mal peinado, y aprendía a pintarse los labios a tientas.

Pasó el tiempo muy rápido. Se acostumbró a la soledad de no poder verse y a salir del baño con la falda atorada en el calzón.

El tedio de la vida sin reflejo, la obligó a refugiarse en los libros. Encontró que algunos escritores pueden convertirse en familiares y amigos, cómodamente ausentes, todos más tristes que ella.

Mejor que la propia resulta la vida que retrata la ficción.

Cuatro años más tarde, sentada en una cafetería, levantó la mirada y descubrió al animal moralino de los ojos grandes, el protagonista de su último romance de dos horas.

Temblando de alegría por haberla encontrado, el hombre calificó el episodio de la mujer sin blusa como la mejor historia de su vida.

El antes amado, ahora le dio flojera.

Temiendo contagiarse de la normalidad de su acompañante, recordó el lamento de un poeta, al cual por respeto ella llamaba Neftalí Reyes.

Tomo una servilleta con la mano izquierda, se tapó nariz y boca, y, antes de salir corriendo, escribió al reverso del mantel rectangular de papel:

“No quiero para mí tantas desgracias...”

1 comentario:

  1. Una triste historia, sin embargo no existe otra manera de contarla, snif snif snif.

    "Mientras se alejaba, mascullaba unas lagrimas fujitivas, entre sus dientes".

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