Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

Guardianes de No Posible/ Rubén Maya 2008

lunes, 19 de abril de 2010

El amor obliga a escribir

(Para Rodolfo, cumpliendo mi promesa)

Cuando tenía seis años, me hice novia del vecino de enfrente. Se llamaba Emanuel.

Como él era mayor y sabía escribir, me enviaba coloridas cartas, que yo tenía que compartir con mi hermana, para enterarme del contenido.

Un día, en un momento de profunda inspiración, deduje, crayola en mano, que podía escribir una “E”, seguida de una “M”, luego una “A”, y así hasta construir el venerado nombre. Luego de eso, siguieron por lo menos dos años de romance escrito.

Poco a poco mis cartas, antes conformadas por corazones flechados, comenzaron a poblarse de palabras.

Como dije, nuestras casas estaban separadas únicamente por una calle, sin embargo, nunca salimos a dar la vuelta en bicicleta, ni cruzamos palabra. Nuestro amor se había creado sobre un universo de papel.

Curiosamente, el noviazgo terminó cuando tuvimos que confiar nuestro idilio infantil al correo convencional, porque me cambié de casa. La espera de la carta comenzó a prolongarse por semanas o meses, debido a la ineficacia del servicio. Conocí la desesperación y luego, en un primer acto de supervivencia, el olvido.

Me han contado historias parecidas, que relacionan los amores infantiles con aficiones de la vida adulta. Conozco personas que han seguido los caminos más difíciles o extravagantes, obedeciendo el dictado de sus pininos amorosos.

En este momento, celebro que mi primer amor haya sido un ñoño escritor y no el gandallita de la cuadra, sin embargo, ¿cómo saber qué pensaría si hubiera sido a la inversa?

3 comentarios:

  1. ¿Y cómo saber...?

    Se agradece el regalazo.
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Bueno.
    Ahi va.
    Cuando era pequeño me enamoré de un barco de papel que vagaba entre la decadencia y el charco que se formaba entre la banqueta y el zaguán de Fabiola. Cada que pasaba por su casa imaginaba que su tripulación luchaba desesperadamente, por sobrevivir a los embates constantes de los transeuntes, que sin reparo hacian olas y tiraban al mar pulpos gigantes que intentaban llevarse al barco a las profundidades. Cuando regresaba a ver si por fin el barco había cedido, seguía ahí, maltratado, pero digno, listo para la siguiente aventura.

    Un día, en mi acostumbrada contemplación marítima, salió de la puerta del zaguán una niña pequeñita y regordeta con cabello rubio, ojos azules pequeños y penetrantes y un vestido blanco con olanes rosados, toda ella brillaba como luz de mañana. Me quede frio, de reojo volteaba a ver si los valientes marinos tenían un consejo o algo, pero el barco era solo de papel y no se movía.

    Fabiola, al percatarse, tomo el barco, se acerco a mi y me dijo: "Hola, soy Fabiola, ¿jugamos con el barco?".

    Al parecer según tu texto yo de grande me iba a dedicar a construír sueños hasta que alguien algún día me los robe y lo cambie por algo más bello... Buena teoría.

    BSS

    ResponderEliminar